Hemper's Nomads: Maldives
Descubrimos Maldivas desde los ojos de Ana Grau (@anusketta).
Cuando viajo a un destino siempre vuelvo con una única idea matriz grabada en la mente, una idea que compila lo más destacado de mi paso por este lugar y que me permite comprenderlo y proyectarlo. Maldivas es, sin duda, la reafirmación de mi eterno amor por el océano y todos los seres vivos que habitan sus aguas.
Siempre he sido más de mar que de montaña. Primero me enamoré del mediterráneo a orillas de mi hogar, de las agitadas corrientes del estrecho desde dunas tarifeñas y de las frías mareas que bañan largas playas en Noja… Conforme crecía cultivaba mi amor por el océano desde la superficie, casi sin ser consciente de sus profundidades. Y sin expectativas ni curiosidad acabé en el Océano Índico a 12 metros bajo el mar contemplando las criaturas más especiales que mantienen la vida de esas aguas que tanto decidí amar una vez.
En un silencio que rozaba la fina línea entre la máxima paz y el mayor agobio que puedas imaginar. Y en medio de tal euforia pude llorar unas lágrimas de sal muy parecidas a las que derramé la primera vez que estuve en Dyrhólaey o Skógafoss… porque si algo me caracteriza es la capacidad de llorar de belleza.
En un silencio que rozaba la fina línea entre la máxima paz y el mayor agobio que puedas imaginar. Y en medio de tal euforia pude llorar unas lágrimas de sal muy parecidas a las que derramé la primera vez que estuve en Dyrhólaey o Skógafoss… porque si algo me caracteriza es la capacidad de llorar de belleza.
Y entonces Maldivas me refrescó la culpa que siento ahora mismo en mi vida y quise escribirlo en la noche: Ojalá poder verbalizar mejor la admiración que siempre sentiré por la belleza de la creación marina… suficiente razón para respetar la vida animal, me dije.